Lo
bueno y lo malo de la capital
La ciudad de
Panamá es un crisol de razas y gentes que llegan de todas partes del
mundo. Empezó con Colon y sigue en nuestros días. Siguen afluyendo
colombianos, con los que formaban una sola nación, chinos,
estadounidenses, españoles, gallegos, catalanes, vascos,
sudamericanos de todas las naciones...
Me cuentan que
Che Guevara estuvo aquí -o inicio aquí- su periplo de viaje
latinoamericano. Se alojó en el barrio Calidonia, muy cerca de donde
estoy alojado gracias a la amabilidad fraterna del Suntracs,
sindicato de la construcción, y del FAD. Y comí en el restaurant
Coca-Cola -"el más viejo de la capital" según me dijo la
encargada- donde el solía comer. Ahora es un lugar entre popular del
barrio y también turístico. Pero los precios son económicos.
Panamá no
tiene industria. Vive del canal, de los servicios, sobre todo
financieros, del turismo, y también de la especulación
inmobiliaria. Por tanto el principal ramo de industria y también
sindicato organizado es el de construcción. El sindicato Suntrachs
es una potencia. Así que la cultura productiva debería ser bastante
del servicio al cliente. Pero el concepto comercial y de servicio es
muy "sui generis". El "cliente" casi tiene que
abordar al empleado para que lo atienda.
La gente
panameña es muy amable y tranquila, en general. Pero también tiene
una cultura de dominación del hombre, de llevar revolver para
defenderse -y usarlo en alguna ocasión- y de enfadarse mucho dentro
del autobús -Metrobus- por los continuos tranques (atascos) y mal
servicio. Tomé el bus un par de veces y me di cuenta que tienen
mucha razón en estar enfadados. En un ambiente tórrido por el
asfalto en el centro de la ciudad pasaron varios buses sin parar. El
que paro fue asaltado por la multitud. Y una vez montados ya en la
plataforma el conductor no arrancaba diciendo con voz cansina que no
podían estar en la plataforma. Ni arrancaba ni nos echaba. Así
estuvo cinco minutos, con las puertas abiertas y mucha gente
protestando. Hasta que se cansó y arranco.
Esos
incidentes se suceden cada día. Una chica que viene a la oficina del
FAD tarda de media hora y tres cuartos o dos horas para llegar. Ver
pasar autobuses que no paran es ya un clásico. La gente se pone
nerviosa, no descansa las horas que debería. Un hombre abordo una
mujer que iba pensativa y mala cara, con malos modos, metiéndose con
ella y su cara. La mujer de unos treinta le sacó un cuchillo de
dimensiones peligrosas y le dijo que si acercaba lo rajaba. El
transporte es un mal servicio y comporta un stress y sufrimiento
añadido a todos los demás. Y los gobernantes no atienden esas
necesidades humanas. Ni siquiera por la parte de mejora productiva.
Seguramente la
construcción del metro será un gran avance. Pero el gobierno de
Martinelli lo está haciendo a la manera que saben: electoralista,
sin planificar los transportes alternativos, haciendo tres líneas a
la vez. Todo un caos que paga la población. Tanto los que van en
Metrobus como los que van en carro. Incluido el autobusero que,
además, a veces sufre agresiones. El resultado es: tranque para
todos.
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